martes, 28 de marzo de 2017

Cuando todo falla...

El Evangelio de hoy nos narra la curación de un hombre paralítico en el pórtico de la piscina de Betesda (Jn 5,1-3a. 5-16).

El enfermo había acudido durante 38 años a esta piscina, cuyas aguas eran removidas por un ángel y liberaban de su enfermedad a quien se sumergía en ellas. Sin embargo no había conseguido la salud porque no tenía a nadie que le metiera en la piscina cuando se removían las aguas. Así lo expone a Jesús esperando, quizá, que se compadeciera de él y le ayudara a bajar al agua cuando el ángel anunciara su presencia. Sin embargo, Jesús se saltó el "protocolo" y lo rescató de su parálisis con Su Palabra todopoderosa.

Muchas cosas nos puede enseñar este hombre. Me voy a quedar con dos que me parecen importantes: su esperanza inquebrantable y su constancia. Porque, a pesar de que nadie se había ocupado de él, no se rinde y aprovecha la oportunidad que se le brinda para salir de su postración. Y porque su perseverancia en acudir a la piscina es ejemplar: 38 años acudiendo allí son muchos años, ¿no te parece?

Al hilo del relato pensaba que es buenísimo que nos fallen todos los recursos cuando pretendemos obtener algún bien, porque es entonces cuando permitimos a Dios ser verdaderamente Dios en nuestra vida. Y estoy convencida de que perseverar en el intento, además de hacernos fuertes, nos brinda la compañía de Jesús. ¿Sabes por qué es bueno pedir al Señor con insistencia algo que pensamos necesitar sin cansarnos de acudir a Él una y otra vez? Porque mientras rogamos conseguimos el mayor bien de todos: estar junto a Él y hablar con Él. Estoy convencida de que ese "estar" y ese "dialogar" supera infinitamente cualquier cosa buena que Le pidamos. Detente un momento a pensarlo y quizá me des la razón. 

sábado, 25 de marzo de 2017

Sumérgete!!!

El Evangelio de hoy, día de la Encarnación, nos presenta a Nuestra Madre recibiendo ese anuncio del ángel que le cambió la vida... a Ella y a nosotros por su Sí decidido, pronto, alegre y, sobre todo, consciente, muy consciente (Lc 1,26-38).

Te propongo algo: sumérgete en la escena pidiendo a la Virgen que te preste su lugar y disponiéndote a vivirla en primera persona. ¿Te sonríes pensando que se trata de un juego para desarrollar tu imaginación? No es nada de eso, y te voy a decir porqué.

El Señor también te habla, como habló a María aquel día memorable en el desconocido Nazaret de la Palestina del siglo primero. Aún más: ¿sabes que te pide permiso para tomar "carne" dentro de ti?; ¿sabías que eres capaz de engendrar al Señor, tu Dios, como hizo María? Sigue leyendo y verás como me das la razón...

La Virgen engendró al Verbo, a la Palabra de Dios, por obra del Espíritu Santo. Esa Palabra entra en ti cada vez que comes Su Cuerpo vivo en la Eucaristía; y cada vez que tomas entre tus manos la Sagrada Escritura con la intención firme -y la petición humilde- de dejar al Espíritu que te conceda intuir, vislumbrar, lo que esa Palabra pide de ti hoy y ahora. Por eso entra en ti cuando le das tu "sí" -idéntico al de María y que Ella se encarga de sostener- y se dispone a crecer y a tomar carne a medida que le dejas espacio, que rumias esa Palabra, que te dejas poseer por Ella. 


La Palabra tomó carne en las entrañas purísimas de la Virgen y le cambió la vida. Escúchalo bien: eso mismo hace en ti y contigo si le dejas... En esta imagen faltas tú: te atreves a ocupar tu lugar?

domingo, 19 de marzo de 2017

Sed, agua, Espíritu Santo

Las lecturas de la Misa de hoy nos hablan de la sed y del modo en que el Señor la sacia. A poco que nos detengamos a pensar, todo en nuestra vida -nuestras búsquedas, proyectos, deseos... - responde a nuestra sed de plenitud. Jesús lo sabe mejor que nadie y nos invita a acudir a Él pidiéndoLe el agua viva que sólo Él puede darnos: su Espíritu, que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones; ese Espíritu que, dentro de nosotros, se convierte en una fuente de agua que salta hasta la vida eterna.


Relee en Su Presencia el Evangelio de la samaritana (Jn 4,5-42) y encuéntrate con Jesús que te espera, cansado del camino, sentado en el brocal del pozo. DiLe que tienes sed de Él; mucha sed... Y celebra el don de Su Espíritu que derrama en ti: ¿sabes que está deseando hacerlo? Escucha en tu interior el rumor de esas aguas de vida y adora al Padre desde Su Hijo y el Espíritu Santo que han hecho morada en ti por la infinita misericordia de Dios. Así quedará saciada tu sed y te convertirás en el adorador que el Padre quiere.

viernes, 17 de marzo de 2017

Sobre alas de águila

Hoy nos recuerda la liturgia la historia de José, vendido por sus hermanos y convertido más adelante en su salvador por designio de Dios (Génesis 37,3-4. 12-13a. 17b-28). Sí, José llega a ser administrador del Faraón evitando que sus hermanos murieran de hambre cuando acuden a él en busca de auxilio. La historia tuvo el más feliz de los finales, pero no empezó nada bien. Me pregunto qué pensaría José mientras caminaba hacia Egipto como esclavo después de haber sido entregado por sus hermanos a unos comerciantes ismaelitas por veinte monedas de plata... Y cómo se sentiría mientras era un prisionero en una tierra extraña...  Sin embargo, Dios nunca abandonó a José y se sirvió de la envidia de sus hermanos y de todo lo que ésta le acarreó para sacar adelante su plan de salvación para el pueblo que Él se había escogido como heredad.

Quizá pienses que esta historia poco o nada tiene que ver contigo. Sigue leyendo y verás como no es así. Porque tú y yo tampoco entendemos muchas veces lo que nos sucede y nos rebelamos ante lo que nos hace sufrir: desconcertados y dolidos nos preguntamos el porqué tantas veces, ante tantas circunstancias adversas. Y es que los planes de Dios nos superan, se escapan a nuestra limitada inteligencia. Y mientras somos conducidos por Dios nos sentimos y creemos abandonados por Él.


Te propongo una cosa: párate unos momentos en un lugar apartado y silencioso. Y repasa en la presencia de Dios todo lo que te ha hecho sufrir: oscuridades, sinsabores, tristezas, pérdidas, fracasos... Repasa con calma, tomándote tu tiempo, y descubrirás que todo eso fue pórtico de momentos cruciales en tu vida. Sí, verás como todo forma parte de un plan de Dios ordenado a tu felicidad, a tu plenitud. ¿No lo ves claro? PídeLe su luz para poderlo contemplar y descubrirás como de todo obtuvo un bien para ti infinitamente mayor del mal que padecías. Contémplalo y contémplate llevado por el Señor que, como nos prometió, lleva nuestra vida como un padre conduce a su hijo pequeño de la mano; contémplate rescatado por Él y traído a Su Presencia "sobre alas de águila" (Éxodo 19,4). ¿No te animas a disfrutar de este vuelo? Te aseguro que no vivirás nada parecido en mucho tiempo...





miércoles, 1 de marzo de 2017

Despertar del sueño de la necesidad

Acabamos de estrenar una nueva cuaresma, ese tiempo que la Iglesia nos regala para retomar, con ilusión e impulso renovados, nuestra relación con el Señor. Se trata de tomarla entre nuestras manos y disponernos a “cuidarla” con mimo y dedicación para que gane en profundidad, en anchura, en intimidad.

La cuaresma es ese tiempo dedicado a despertarnos del sueño de la necesidad. Sí, creemos necesitar muchas cosas: que nuestra situación familiar y laboral mejoren; que las personas que nos molestan cambien; que la enfermedad nos abandone y que la crisis –de cualquier tipo y condición- dé paso a una época de bonanza. Pensamos que cuando todo eso cambie, cuando contemos con el viento a favor, podremos dedicarnos a cultivar nuestra relación con el Señor porque ¡son tantos los impedimentos que obstaculizan este deseo! Esto es lo que pensamos la inmensa mayoría de las veces y nos equivocamos al hacerlo porque es un error considerar que necesitamos que nuestras circunstancias sean otras para dedicarnos a esa tarea vital que solemos posponer indefinidamente esperando tiempos mejores.

Pues éste es el tiempo cuya llegada añorábamos. ¡¡¡Ya está aquí!!! Porque la cuaresma viene a despertarnos del sueño de la necesidad descubriendo ante los ojos del alma que la vida que hoy vivimos es la mejor de las posibles porque en cada uno de sus rincones, de sus esquinas y tramos, podemos descubrir al Señor, reconocerLe, escuchar su voz y atender a su invitación para seguirLe. No necesitamos que las cosas y las personas cambien. Eso es un sueño –o una pesadilla- del que debemos despertar para disponernos a descubrir al Señor en la entraña de nuestra vida hoy y ahora, tal y como es; tal y como está.


¿Cómo hacer esto? Voy a darte una sugerencia para empezar: pide a Jesús que te conceda el don de desear de verdad encontrarte con Él, reconocerLe. Cuando sientas que ha sembrado ese deseo en lo más profundo de tu corazón, pídeLe que te muestre cómo llevarlo a la práctica. Presta atención, escucha –toma entre tus manos la Palabra que la liturgia nos propone cada día- y decídete a “arriesgar” intentando vivir esas ideas que pasan por tu cabeza en los momentos que dedicas a pensar sobre el tema. Te aseguro que, si haces esto, esta cuaresma será una cuaresma diferente; aún mejor: única!!! ¿Por qué no pruebas?