viernes, 13 de enero de 2017

Una intuición...

Orábamos esta mañana, en el oficio de Laudes, con el salmo 118. En él encontramos una preciosa promesa "sometida" a una condición. Reza así: "Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón".

Los salmos nos enseñan Quién es Dios y quiénes somos nosotros al regalarnos las palabras con las que Dios mismo ha desvelado los secretos de Su Corazón y nos muestra rasgos de nosotros mismos. Esas palabras son Suyas, por eso resultan excelentes para dirigirnos a Él.

Es cierto que sin el Señor no podemos nada y que si Él no nos ensancha el corazón y nos da la fuerza para correr por sus caminos todo es inútil. Sin embargo, esto no nos exime de la tarea con la que Él desea que colaboremos en la obra que está haciendo en cada uno.


¿Cómo disponernos para dejarLe que ensanche nuestro corazón? Esta mañana, planteándome esta pregunta, me ha parecido escuchar Su sugerencia para que hiciera un ejercicio saludable que ahora comparto contigo por si te sirve.

Esta "práctica" consiste en abrazar, en la soledad y el silencio, en lo más hondo del propio ser, todo eso que me hace pequeña: las cosas menos agradables que descubro en mí; mis miserias. Acogerlas con cariño sabiendo que son precisamente ellas el reclamo de la Presencia de Dios en mi propia vida porque Él las ha hecho suyas sin que yo lo advierta.

Me atrevo a invitarte a que te fundas con ellas en un abrazo profundo,
sosegado, amistoso, cálido. Y mientras lo haces repite desde el hondón de tu alma la oración del salmo: "Señor, ensánchame el corazón". Prueba a hacer esto y verás ampliarse tu horizonte vital hasta límites insospechados.