lunes, 14 de noviembre de 2016

Lo bueno de lo que nos parece malo

Jesús, después de reprocharnos cariñosamente que hemos abandonado el amor primero, nos anima a convertirnos y volver a vivir como antes; con el mismo ímpetu y generosidad con los que lo seguimos  en los comienzos, cuando apostamos decidida y conscientemente por Él (Ap 2,5a). Y es que, en el seguimiento del Señor, tal y como sucede en otras cosas, a los primeros momentos de entusiasmo siguen otros de desaliento, de fatiga, de cansancio...

Es en estos momentos cuando comenzamos a sentir que nos pesan los pies del alma, que tropezamos en "cositas" en las que antes ni reparábamos, que ponemos pegas y convertimos en motivo de queja lo que antes asumíamos con total naturalidad.

El Señor nos conoce mejor que nadie. Nos conoce y nos entiende. Porque forma parte de lo humano el que las cosas pierdan su brillo. Sí, todo lo de aquí sufre el desgaste que producen el transcurso del tiempo, las decepciones, los fracasos, las frustraciones... No te preocupes: Él lo sabe y nos da la gracia para que volvamos a clavar el Él nuestra mirada; para que prescindamos de todo lo que no es Él. Esto es volver al amor primero.

¡Qué bueno sentir que las cosas no marchan como nos gustaría! ¡Qué bueno sentirnos incómodos dentro de nuestra propia piel! ¡¡¡Qué bueno!!! Porque todo eso que nos escuece, que nos pincha o nos duele; todo, absolutamente todo lo que, de un modo u otro, nos hace enfrentarnos una y otra vez con los límites propios y los de los que nos rodean, nos impele a gritar con el ciego de Jericó que pone ante nuestra mirada contemplativa el Evangelio de hoy (Lc 18,35-43): "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". Esto es lo bueno de lo que nos parece malo: que, si nos dejamos atraer por Jesús que pasa a nuestro lado, podremos presentarnos ante Él tal y como estamos para que nos cure, para que volvamos de nuevo a darLe gloria, para volver al amor primero tantas veces como haga falta.