viernes, 18 de noviembre de 2016

Dulzura y amargura

El libro del Apocalipsis nos presenta hoy a Juan tomando un librito de manos del ángel que le ordena que se lo coma (Ap 10,8-11).

Ahora Juan somos tú y yo. Y, como él, recibimos de parte de Dios la invitación a tomar Su Palabra para hacerla nuestra asimilándola hasta dejarnos transformar por Ella. Esa Palabra, dulce como todo lo que viene de Dios, también es exigente y vivir de acuerdo a Ella no siempre resulta fácil o grato. Es más, responder a los requerimientos que el Señor nos hace desde lo más íntimo de nosotros mismos cuando tratamos de meditar y asimilar Su Palabra, puede acarrearnos más de un disgusto, puede ponernos en situaciones delicadas. Sí, como a Juan, esa Palabra nos sabrá a miel en la boca, pero una vez que la hayamos acogido, nos provocará ardor de estómago, amargura.

Ojalá que no tengamos miedo a estas consecuencias porque esa Palabra viva, que es Dios mismo, lleva en Sí la fuerza que nos ayudará a vivir según Ella. Teniéndola con nosotros tenemos al Señor y Él, que nos encomienda las tareas, no nos regateará la gracia necesaria para llevarlas a cabo. La dulzura de Su Palabra nos animará a comerla y la amargura que pueda producirnos nunca dejará de ir acompañada por la gracia para hacer lo que nos diga.