martes, 11 de octubre de 2016

Presentar nuestra miseria... y esperar Su misericordia

El Evangelio de hoy (Lc 11,37-41) termina con un imperativo del Señor que siempre me ha desconcertado, que se me escapa... Dice así: "Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo".

Pero Señor, ¿cómo dar "limosna" de lo que hay en nuestro interior si un poco antes nos has dicho que por dentro rebosamos de robos y maldades? Porque lo que dijiste a aquel fariseo hoy nos lo dices a cada uno... Si dentro tenemos eso... ¿qué es lo que vamos a dar?

¿Sabes? Pienso que lo que desea Jesús es que centremos todo nuestro día en Su Palabra, que es Él mismo. No importa que no entendamos, que esa Palabra nos supere... ¡¡¡Gracias a Dios que nos supera!!! Recuérdala cuando te sea posible y trata de volver a Ella todas las veces que puedas. Porque, puedes estar seguro, cuando el Espíritu del Señor quiera, te revelará eso que aún no entiendes, eso que se te escapa o que te supera. Sólo tenemos que aprender a esperar sin abandonar esa Palabra Viva que viene hacia nosotros porque quiere hacer morada en nuestro interior.

Esto es lo que a mí se me ha descubierto esta mañana: el Señor termina diciendo que esa limosna nos permitirá tener todo limpio. Y yo he sentido que, una vez más, Jesús me pedía que le dé todo eso que hay dentro de mí y que me impide ser imagen suya: rencillas, malestar, antipatías, rebeldías, sombras, oscuridad, tristezas, desalientos y desilusiones...

Siento que presentar todo eso a Jesús, todo aquello de lo que a veces no nos podemos desembarazar aunque queramos, nos ayuda a situarnos en la realidad más cruda pero también más hermosa: porque sólo Él puede asumir todo lo que no va en nosotros y purificarlo de verdad; porque sólo Él nos puede regalar Su paz aunque, ante nuestros ojos, se presente todo eso que nos hace sentir mal simplemente por sentirlo.

Tú y yo hemos sido llamados a la intimidad con el Maestro. Y esa relación especial se realiza a pesar de nosotros mismos; basta con desearlo y volvernos continuamente a Él aunque no entendamos, aunque nos parezca imposible que pueda darse por lo que descubrimos en nuestro interior. Mira si no lo que nos dice el Señor por medio de Jeremías (33,3): "Llámame y te responderé; te mostraré grandes cosas, inaccesibles, que desconocías". 

Ojalá que nunca nos cansemos de llamar al Señor y de esperar pacientemente a que nos enseñe lo que quiere mostrarnos. Porque si Le presentamos nuestra pobreza, ésta desaparecerá "ahogada" en Su misericordia.