jueves, 6 de octubre de 2016

Por obra del Espíritu

Hoy Jesús nos anima a pedir al Padre lo único necesario para vivir Su vida, el Don de los dones: Su Espíritu (Lc 11,5-13).

Si creyéramos de verdad, si nuestra fe fuera auténtica confianza en Aquel de Quien recibimos todo, comenzando por nuestro propio ser, no dudaríamos en pedir únicamente esto: el Espíritu Santo.

Él, que ya habita en nuestro interior, sólo necesita nuestro consentimiento y nuestra colaboración para llevar a cabo Su obra en nosotros, que no es otra que hacer de cada uno otro cristo. Pero... ¿creemos que lo puede hacer? Y ¿cómo cooperar a Su actividad?

Para responder a esta pregunta, conviene fijarnos en la Virgen, Su Esposa. Ella se dejó transformar; se dejó hacer acogiendo la Palabra que, en su seno, se hizo Carne. Desde ese momento su vida sufrió un vuelco inconcebible para Ella misma. Y esto se hizo por obra del Espíritu Santo.


Dios quiere hacer lo mismo en ti y en mí. Sabemos esto porque miramos a María, nuestro referente, la criatura más perfecta salida de las manos del Creador, y lo vemos realizado en Ella. La Palabra que la Virgen Madre engendró es la misma que comemos cada día en la comunión y que tratamos de meditar en la Sagrada Escritura no desde la cabeza, de un modo racional, sino desde el corazón: leyendo, repitiendo, rumiando, sin tratar de sacar consecuencias o propósitos, sino pidiendo simplemente al Espíritu, que bulle entre las líneas sagradas, que nos conceda creer en que esa Palabra está viva, viene a nosotros y nos transforma en la medida en que la acogemos.